VECINOS POR LA TIERRA: CONCENTRACION PACIFICA EN EL CHALTÉN

Es martes. Es martes y es octubre. Es martes, es octubre y el sol parece saber que le toca el papel de encender los motores para el día que se viene. Calienta tarde pero firme y despierta la llama de quienes queremos que sea la hora.

El mástil tiene sus primeros instrumentos más temprano y de a poco, vamos llenándolo de música y carteles, de deseos y esperanzas.

El fuego – que no falte nunca – le da al lugar ese espíritu de patio de casa, de tarde de domingo.

La ronda despierta a los tambores y en un repiqueteo de candombe, el ropaje se hace más liviano y los pies empiezan la danza al compás. La mezcla, como más tarde le llamarían a ese rejunte de amantes del parche, se comunicó en el silencio más espectacular de todos: el del lenguaje musical.

Un poco más de gente. El pasado, pasado viejo y el más nuevo, y el futuro, esas pequeñas voces, se entretejen en un espectáculo que quiere ser torbellino.

Y lo fue.

La cumbia desempolvó los cuerpos acomodados de un invierno que busca que lo soltemos y nos prometió una primavera iluminada y festiva.

Una, dos, tres veces el escenario escuchó a esas personas que fueron portavoces del pueblo, a esos vecinos y esas vecinas que dijeron un poco de lo que se está buscando. Terrenos. Terrenos como ese cuadrado de tierra que nos permita pensar un poco más a futuro. Terrenos como esa excusa para formar una comunidad un poco más igualitaria. Terrenos como ese proyecto individual, social y comunitario. Terrenos.

El patio de casa empieza a captar más gente, gente que pasa y se queda y gente que vino a sabiendas.

Y también, el patio ve seguir de largo a quienes saben y están hace años en este pedazo de país haciendo su historia. Que no es la de nadie más, aunque nos incluya. Y la bronca se agita un poco en el pecho queriendo ganarle al jolgorio y la algarabía.

Y es que siempre podemos ser más. Pero mejor ser quienes somos, firmes y reales, a un montón de gente floja y sin convicción. Hoy estoy, mañana no sé. Pero en este presente que elijo – con miedo y dudas, por suerte – prefiero una red que sostenga en serio y no un conglomerado de hilos que no quieren ser sostén.

Esa banda de cinco locos que las diferentes generaciones que habitamos la Patagonia conocemos, hizo de las suyas nuevamente. Y los cuerpos saltaron y cantaron en un coro organizado y el pecho se expandió un poco más.

Una más y no jodemos más.

Y que no falte, nunca, el canto a nuestro Dios personal, a ese gigante que nos cuida, aunque no lo veamos, a esa piedra preciosa que nos da el nombre de dónde queremos habitar.

Pero el canto sigue y el rock invade ahora el espacio y sacude las cabezas y nos coreografía. Estamos en casa.

Y es que ella, que se subió al escenario a cantar, después del show de baile que había realizado, es la imagen precisa que describe lo que sucedió. Esta tarde, estuvimos en familia. Más o menos conocida, más o menos lejana. Variada, disfuncional y pasajera.

Hubo un empuje, nacido de un alguien a quien agradecerle. Y hubo una red que acompañó. Hay un pueblo gestado y en crecimiento. Hay tierra. Y la queremos habitar.

Hay un camino largo y sinuoso, pero hay gente con la que caminar.

Gracias.

Hasta el próximo grito, hasta el próximo baile, hasta que seamos la historia que queremos protagonizar. Hasta que seamos la tierra que queremos habitar.